«13 Cuentos nadaistas», nuevo libro de Elmo Valencia

Texto y foto por Manuel Tiberio Bermúdez

Estuvo en Cali el poeta nadaista Elmo Valencia para presentar su libro “13 cuentos nadaistas”, en el que el poeta ha compilado 13 hermosos cuentos que tienen el sello de su especial estilo y su gran capacidad narrativa.

Elmo Valencia, con su libro «13 cuentos nadaistas» . Foto por Manuel Tiberio Bermúdez

Elmo, fue cofundador el movimiento nadaista en Colombia y junto a Gonzalo Arango, Jotamario Arbeláez, y otros escritores le dieron nuevos aires a la literatura colombiana desde sus plumas y desde su irreverencia que en muchas ocasiones les granjeó la malquerencia de algunas personas.

La presentación del libro estuvo a cargo de Juan José Saavedra, quien tiene una amplia trayectoria como escritor y como periodista. Saavedra,  una disertación tutelada por el afecto a su amigo el poeta y sazonada con exquisitos toques de humor presentó el nuevo libro de Elmo.

“Elmo Valencia, el Monje Loco, -dijo el periodista y escritor, -tituló su última producción, la reproducción la canceló hace mucho tiempo; su última producción que espero no sea la última “13 Cuentos Nadaistas”, como para afirmar que él está por encima de la mala suerte. Y para ratificar lo anterior no escribió el número en letras como lo ordena la gramática ortodoxa sino que lo puso en números, en números tan romanos como la famosa epopeya”.

El nombre del autor no aparece bajo el título de la diserta obra sino debajo del cuadro que ilustra la carátula. Será que Elmo se convirtió con el paso de los años en esa señora despechada que se parece a la Mona Lisa y que de lisa nada tenía”.

Posteriormente el poeta leyó uno de los cuentos contenidos en el libro y habló sobre los amores de Gonzalo Arango, disertación que se ganó los aplausos del público presente. Elmo Valencia, obtuvo en 1967 el Premio Nadaísta de Novela por su obra Islanada. En 2010 publicó Bodas sin oro, Cincuenta años del Nadaísmo. En Antología de cuento colombiano, “El universo humano”, bella y delicada metáfora de la maternidad.

El universo humano – Cuento  (Elmo Valencia)

Había una mujer tan bella que muy pronto quedó embarazada. Sin embargo, a nadie preocupó lo más mínimo este hecho, muy normal dentro del prodigio de la naturaleza.
Pero a Cielo, que así se llamaba la mujer, le sucedió algo tan extraño que su embarazo por un momento hizo temblar las leyes biológicas de la perpetuidad de nuestra especie.

Sucedió que fueron pasando los meses, y a Cielo, como es de suponerse, le crecía el vientre. ¿Por qué no? ¿Acaso no le había crecido a Eva y Brigitte Bardot? ¿Por qué entonces no le podía crecer el vientre a Cielo, también criatura de Dios y tan bella?

Pero pasarón las nueve lunas y el alumbramiento no llegó y vinierón otras lunas y a Cielo le siguió creciendo el vientre. ¿Qué hacer ante este hecho tan alarmante como desconocido? ¿Qué decían al respecto los libros sagrados de las parturientas? ¿Castigo de Dios? ¿Obra del diablo? ¿Mal de ojo?

Sin embargo, una noche Cielo se dio cuenta de que en lugar de haber dado luz hacia fuera, había dado luz hacia adentro. Su hijo había nacido dentro de su propio cuerpo.

Con gran serenidad de ánimo la madre se fue adaptando al nuevo proceso involutivo, y el hijo, como si se hubiera resignado desde un comienzo a su absurda situación, comenzó a organizar su vida.

Cielo se puso a desarrollar a base de refejos un desconocido amor maternal por ese cuerpecito que llevaba adentro y que a veces se movía como un gato. Primero lo sintió gatear; las rodillas del nene se hundían en ese blando almohadón que es la capa basal del endometrio. Luego lo sintió caminar: la cabeza le rozaba algunas vísceras, y Cielo, con la leche agriada, caía en otra estación de la vigilia.

Ante su sorpresa, los pasos del niño no la lastimaban en lo más mínimo.

Pasarón los años y Cielo, atenta a sus movimientos, trataba de seguirlo, y a cada instante se preguntaba en qué meridiano de su vientre el pequeño estaría parado.

¿Cómo llamarlo? ¡Ícaro! ¿Por qué no? Al fin y al cabo Ícaro es un nombre hermoso. ¿Acaso Ícaro no quiso alcanzar el cielo? Así que Cielo decidió ponerle por nombre Ícaro.

Un día Cielo oyó ruidos extraños. Eran monosílabos, palabras entrecortadas. El niño quería aprender a hablar. Entonces Cielo le enseñó a decir «mamá», a decir «Cielo» y a decir «Ícaro». Desde ese momento el pequeño fue entendiendo el significado de los sonidos y una vez posesionado del esplendor de las palabras, comenzó a desarrollarse entre madre e hijo la aventura de un diálogo que no terminaría sino en la separación definitiva de uno de los dos.

__Ícaro, ¿quieres un caballito?
__Sí, mamá.
Y Cielo se tragó un caballito de madera para que su hijo jugara con él.

Y luego le envió más juguetes, llegando hasta el extremo de tragarse en diciembre un pino y las bombillitas rojas para que Ícaro tuviera también su árbol de navidad, e Ícaro lo plantó y lo alumbró y de noche el fabuloso vientre rosado de Cielo parecía una lámpara iluminando el mundo.
Y aunque parezca mentira, aquel diciembre el niño Dios le trajo como regalo de navidad un trencito eléctrico. A partir de ese momento, Cielo se acostumbró a quedarse profundamente dormida cuando el juguete comenzaba a hacer taque-taque-taque.

Cuando cumplió siete años, Cielo le envió cuadernos y lápices de colores para que aprendiera a leer y escribir. Y aprendió muy bien. Su primera frase fue: «Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza»; y su primera lectura: «Las aventuras de tío conejo».

Y el niño fue creciendo y comenzó a indagar por todo y hasta llegó a preocuparse por el origen de las cosas: «Mamá, ¿quién hizo al mundo?».
«Mamá, ¿que fue primero, la gallina o el huevo?». Y Cielo le contestaba maravillosamente con la bondad en la boca.

Cuando se sintió hombre Ícaro decidió estudiar filosofía para hallar una respuesta a las preguntas:» ¿Quién soy?», «¿qué hago aquí encerrado?». Entonces Cielo se tragó desde «la República de platón hasta El ser y la nada. Al final, no encontrando en la filosofía la respuesta que buscaba, decidió ser astronauta y así se lo comunicó a su madre. La mujer escuchó su súplica y una noche, sin que nadie la viera, se tragó un vestido espacial y un cohete.

Ícaro empezó a prepararse para la gran aventura. Cuando llegó el momento levantó vuelo y comenzó a sondear el Universo de Cielo. Recorrió su cintura; bajó varias veces por sus muslos hasta el límite de los pies; estudió con detenimiento el corazón, pues le mortificaba saber que ese órgano tan lleno de bondad y sabiduría fuera tan falsamente comprendido; atravesó la vía láctea de sus senos dejando en su pecho un resplandor de luz anaranjada. Se internó por la garganta y conoció la andrómeda de sus labios, subió hasta los dos astros de sus ojos y allí, por vez primera, Cielo e Ícaro se mirarón mutuamente. Le dio varias vueltas al planeta del cerebro, avanzó tal vez buscando el milagro de la vida por entre los brillantes tejidos de la carne, se cercioró de la blancura de los huesos y finalmente, embriagado de tanta belleza, cayó en el torrente circulatorio de Cielo y allí entre la espuma del tiempo y de la sangre hasta que Ícaro se agotó como un meteoro.

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